Como otros novelistas de la época, Juan Pérez de Montalbán se muestra perdido al percibir los límites de la realidad, confuso y abrumado por “máquinas y trazas contrarias unas de otras”; entiende que la literatura (el arte) es esencialmente invención y construye un espacio-tiempo que, más que idealizado, se muestra como anhelado, tanto por el autor como por sus lectores. La vocación de difusión del autor se ciñe en un público muy determinado: un círculo social con pretensiones aristocráticas, que entiende el ocio como signo de distinción y materializa en la novela su anhelo de elitismo. El novelista les ofrece sucesos (hechos verdaderos) y prodigios (hechos admirables) que respectivamente revelan las intenciones básicamente teatrales de: a) Mover los afectos del lector por medio de sucesos que, representando situaciones comunes en términos extralimitados, induzcan a la reflexión y sirvan de aviso. Teatralidad sermonaria. b) Admirar por lo extraño, extravagante o excepcional de ciertos prodigios, que sirvan a las aspiraciones evasionistas del lector. Teatralidad contrarreformista. El artículo aborda las claves de la teatralidad y la magia que contienen las novelas de Pérez de Montalbán.